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En el mundo de la educación nos encontramos con una serie de teorías, tanto de especialistas de las ciencias educativas, como de territorios afines (psicología, neurología, y otros), que nos lleva a acercarnos a la forma de cómo se aprende y de las estrategias que llevan a un mejor proceso de aprendizaje, y en especial, que sea significativo.
Todo aporte de las ciencias humanas lleva a construir nuevas redes de apoyo, de nuevas formas de didácticas y de actualizaciones por parte de aquellos que imparten y comparten su conocimiento. Hoy en día, más que los contenidos, se enseñan las habilidades para llegar a tales conocimientos, mención aparte cabe notar que la taxonomía de Bloom ha ido evolucionando a partir de lo que se conoce, hasta llegar, al día de hoy, a las habilidades que se desean adquirir. Todo va bien, hasta aquí, siempre y cuando sea un proceso pensado, planificado y preparado para posteriormente ser evaluado en un determinado tiempo dentro del mismo proceso y al finalizar con una evaluación para tomar nuevamente decisiones de lo realizado. Pero hoy en día, con la mentalidad mecanicista, de la instantaneidad e inmediatez, ha llevado a pensar que el valor de las opiniones es mucho más importante que implementar de manera reflexiva y a largo plazo cambios en la educación, pero no vemos al final si la dirección tomada por las opiniones vertidas es la correcta y la más adecuada.
En temas de educación, a nivel macro, he escuchado muchas visiones del trabajo a realizar, y todos entregan sus visiones sobre los temas importantes que deberíamos trabajar (Carrera Docente, Ley de Inclusión, Gratuidad, Adecuaciones Curriculares). Todas grandes ideas, pero no han sido reflexivamente planificados y preparados, son grandes temas para un corto tiempo. Cuando no se piensan estas ideas como un itinerario país, simplemente esto no llega a buen puerto; porque, si es en un corto tramo de tiempo, las cosas se van arreglando sobre la marcha, y las soluciones dadas de forma inmediata, pueden acarrear problemas hacia el futuro. Es muy fácil opinar, pero su valor puede llegar a ser contraproducente.
Para poder entender esto les propongo dos textos, el primero es la siguiente fábula:
Una rana que se encontraba en una charca vio un día acercarse a un buey a beber un poco de agua, y le llamo la atención el gran tamaño del animal.
La ranita era muy pequeña, no mas grande que un limón, y al ver al corpulento buey se lleno de envidia y decidió hincharse hasta igualarlo en tamaño.
La ranita mientras se iba hinchando les preguntaba a sus compañeras:
- ¿Me hinché bastante para igualarlo? ¿Ya soy tan grande como él?
- No
- ¿Y ahora?
- Tampoco
- ¡Ya lo logré!
- ¡Aún estás muy lejos!
Y la pobre rana se hincho tanto, que reventó.
El siguiente es una frase de Aristóteles de la Ética a Nicómaco:
El valor de cualquier opinión debería tener en cuenta ambas historias a la hora de cambiar, a conciencia, nuestra propia realidad educativa.
“Enojarse es fácil, pero enojarse en la magnitud adecuada, con la persona adecuada, en el momento adecuado eso es cosa de sabios.”
El valor de cualquier opinión debería tener en cuenta ambas historias a la hora de cambiar, a conciencia, nuestra propia realidad educativa.
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