¿Cuánto vale el trabajo de un profesor? ¿cuál es el valor del aprendizaje de un alumno? Son preguntas que me sigo haciendo, a pesar de tener esbozos de respuestas, siguen siendo un verdadero misterio. Porque entre la remuneración y el aprecio social de la labor docente debería haber un equilibrio que no existe. También la diferencia entre la calificación obtenida y el aprecio hacia lo que ha conseguido durante un tiempo de adquisición de nuevos aprendizajes que le servirá para la vida.
Hoy en el proceso de cambios que se están dando en la realidad chilena: Educación Gratuita y de Calidad, Nueva Carrera Docente, y otros tres proyectos que hablan de una gran reforma del sistema de enseñanza de nuestro país. Se ha querido definir nuestra educación en base a los resultados, y está claro que dista mucho de los países que han tenido muy buenos resultados en pruebas estandarizadas, especialmente en lenguaje y matemática, pero se nos ha olvidado buscar la excelencia en lo que, mejor dicho, es un proceso industrializado: más horas de estudio como sinónimo de mejor calidad de aprendizaje.
Ha sido nuestra propia ignorancia, traspasando una sencilla ecuación y una sencilla ley de transitividad, la que ha impreso en nuestra cultura que la educación es tener más horas en aula. Algo similar nos ocurre en la experiencia laboral: mientras más horas de permanencia en nuestro trabajo ¿más productividad? (según hemos visto nuestro país es uno de los que más horas dedica en el trabajo, pero también es uno de los que menos produce en relación de sus hora de trabajo).
¿Qué nos ocurre? Seguimos pensando que manteniendo el mismo esquema, en que cambian el orden de las piezas, tendremos mejores resultados. En matemática se dice que el orden de los factores no altera el producto.
Aquí no se apunta a la calidad, los mejores no están ingresando para formar personas y buenos ciudadanos, esta ignorancia nos va a llevar a una crisis de identidad, no como chilenos, sino como personas, ahora simplemente estamos en una dinámica de funcionarios. No trabajamos para formar una identidad de nación hacia el futuro, hacia las necesidades del futuro.
Hoy nos preocupamos porque el valor del cobre se viene abajo, pero no estamos invirtiendo en el capital que más está produciendo hoy en nuestro país: el capital intelectual, de investigación y de creación. Esto es producto de lo que se ha realizado anteriormente. Hoy la Ignorancia se ha vuelto parte de nuestra identidad, y nos puede pasar la cuenta.
Como puede resultar muy crítico la observación me hago la pregunta ¿qué hago para que lo que enseño cobre valor como persona? ¿Es un valor de futuro? La formación de personas requiere, desde el marco de mi sistema de enseñanza un valor país, que va más allá del sistema impuesto. Es el valor de lo que enseño, y de quien lo enseña, o sea una persona. Les aseguro que los mismo alumnos se han dado cuenta. La ignorancia es el valor que más aprecia la demagogia, y es la moneda con que juegan para que comentemos más la salida de un personaje de farándula más que con el valor país.
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