Estas vacaciones han sido bien variopintos los temas que he conversado con personas que en mi vida había visto. Uno de esas historias fue con el antiguo dueño de la casa en que hoy vivo. Un antiguo funcionario de la Armada y que toda su vida transcurrió en un colegio del interior de la Quinta Región de Valparaíso. Me sorprende con su grado de cultura, su gusto por la lectura y sus ganas constantes de aprender. Hasta que me di cuenta que yo tenía una pregunta que me rondaba frente a este hombre de vasta cultura: ¿Qué lo motiva para seguir aprendiendo? Su respuesta fue sencilla: Mi profesor.
Un hombre de ochenta y cuatro años recordaba en esa tarde a su profesor y su rol de Maestro (lo uso en todo el sentido de la palabra: Magistro, el que va más allá, el tres veces sabio -en el saber hacer, el saber conocer y saber amar). "Es que los profesores de antes siempre eran profesores", me impresiona el respeto que imponía el simple hecho de ser profesores, sin tantos estudios universitarios, pero con una preparación para ser formadores de personas.
Al día de hoy se habla mucho del tema de la vocación del profesor, del rol del profesor en el aula, de su quehacer educativo, de las nuevas formas de trabajar. Pero a muchos de mis queridos docentes se les ha ido perdiendo el encanto por educar, o mejor dicho la pasión por la enseñanza. Es desolador los informes que hablan de una baja percepción por ejercer la docencia, el alto índice de deserción (cerca del 40%) al quinto año de ejercer como profesor, las bajas expectativas de remuneración y de reconocimiento profesional. Puede seguir los estudios que ha hecho el CIAE sobre este tema en el siguiente LINK. Pero ese no es el punto de esta reflexión, sino que a pesar de todo ello hay alumnos que siguen valorando el trabajo de sus profesores, hay algo que va más allá de las estadísticas frías y sin rostro, algo que raya en lo quijotesco, luchando contra molinos, que en realidad son gigantes.
Hay jóvenes que he visto que quieren educar porque es su vocación, y luchan contra viento y marea, incluso con sus padres que son profesores, pero ¿qué vamos a hacer si sus padres tienen esa llama que arde y motiva a otros a seguir enseñando? Es de verdad un tema, hay jóvenes que, sin mucho, hacen clases maravillosas, son respetados y son queridos por sus alumnos. Ahí hay algo más que una buena presentación de diapositivas o un buen texto de estudio. La vocación para enseñar va más allá de cualquier facultad o universidad, es la pasión que se vio en otro, quizá con menos recursos pero que cautiva el corazón de quien lo recibió.
Si tuviera que preguntarme ¿qué hacía distinto a los profesores de 1965 a los profesores de hoy? Los sueldos siempre han sido bajos, pero es el tema de sentir un respeto por lo que se hace. Formamos personas, pero ahí también esta frase lleva un doble sentido: para los docentes no se nos debe olvidar que siempre somos profesores, y para el resto de la sociedad a mirar con respeto la labor que se hace, es el pilar de la formación ciudadana dentro de cualquier cultura. Espero que los políticos no sigan instrumentalizando el discurso de la educación, pues a ellos se les olvidó que es en la educación dónde se juega el destino y el futuro de una nación, y al jugar con ella están jugando con todo el país.
Valoremos la vocación de profesor, no todos nacimos para educar, y para ello siempre se necesitan a los mejores.
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