En momentos en que han existido muchos cambios estructurales a la hora de definir una educación de calidad.
Nadie nos dijo que los procesos son simples y que los cambios conllevan dejar de lado algunos de los elementos y paradigmas que siempre creímos certeros y seguros, que poco menos estaban establecidos como si fuesen un "dogma" (eso que en teología un dogma no es un ladrillo sino que una verdad dinámica que se va enriqueciendo con la comprensión de la razón de los hombres y mujeres).
Hoy todos estamos de acuerdo con que la educación es un derecho, que no puede ser negociado como mercancía; también que todos tenemos igualdad de oportunidades, pues está consagrado en nuestra constitución la igualdad al momento de nacer. Todo eso está correcto, y si la clase política que está legislando llega a buen puerto, veremos una vuelta a la educación como fue concebida: el capital de una sociedad.
Hace muchos años, en mis estudios de pregrado en la Pontificia Universidad Católica escuchaba la cátedra de mi maestro de Currículum y Evaluación, don Héctor Concha, quien nos explicaba que donde más se invierte tanto a nivel público como privado es en educación; desde las madres que se les enseña a cómo cuidar recién nacidos, los niños que van a las piscinas a aprender a nadar, llegando a los hombres que quieren aprender a cocinar y terminando con los adultos mayores que asisten a clubes en que se les enseñan pasos de baile, y en empresas: las capacitaciones que se dan en las temáticas o áreas de desarrollo, las charlas de prevención en pequeños grupos de trabajo, las horas que se pasan dentro del aula los jóvenes, los preuniversitarios, y hoy, por qué no decirlo, hasta las clases de zumba, son inversiones en educación.
Las personas vivimos aprendiendo y vivimos educándonos, pero todo ello tiene un fin, una meta que alcanzar, nadie se educa para llenarse de contenidos, sino para que esos contenidos tengan un sentido. Dentro de los cambios que vemos en la famosa reforma educacional me cabe la pregunta: ¿Esta reforma sólo busca igualar la cancha? Entonces es una mala reforma, ¿por qué? porque quiénes son los que van a jugar en ella y qué es lo que quiero que jueguen en ella. No es explícita la respuesta, y no es hablar sólo de que los jóvenes tengan una educación de calidad, pues la palabra calidad se ha alejado de lo que realmente puede ser en su profundo sentido.
Escuchaba a Alberto Mayol en el mes de mayo hablando de este proceso de cambio y de transformación de los movimientos sociales que pedían un cambio estructural al sistema educativo, me pareció muy iluminador entender en esa charla que no estaba de acuerdo con el tema de la reforma educacional porque el tema no sólo pasa por el financiamiento, sino por la persona que se va formando en nuestro país. Daba como ejemplo, que la Región de Antofagasta es la zona del país en que el ingreso per cápita iguala al ingreso per cápita de Inglaterra, pero que tenía sólo una librería y que estaba al interior de un supermercado; eso también me llevaba a recordar que antes del golpe militar de 1973, si bien es cierto el analfabetismo era alto, por ejemplo el ingreso a la educación media correspondía al 33,5% de la población, hoy alcanza el 85% (Fuente INE); pero antes se leía más. Se tenía claro qué personas estábamos formando.
Un taxista me conversaba que son las personas mayores las que tienen muy claro su deber cívico, y que, aunque estén enfermas, siempre van a votar. ¿No existe ahí un proceso de formación a nivel nacional que hemos perdido? Y hoy, frente a una reforma de gran magnitud ¿a qué hombre y a qué mujer queremos formar? Los títulos y grados académicos no hacen personas, forman profesionales. Podremos tener un gran científico, abogado o arquitecto, pero un pésimo padre, ciudadano, esposo.
Entre cambios y más cambios parece que no estamos apuntando a lo esencial, vemos la estructura, vemos la cancha, pero al parecer no vemos a las personas que queremos que habiten ese espacio que se llama proceso educativo.
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