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¿O es muy tonto lo que estoy diciendo?

Cada vez que veo este comercial de una compañía de telefonía celular ha sido una apología para aquellos niños y niñas que hacen preguntas "rosadamente obvias" y, que por darlas por sentadas como tales, como docentes no nos percatamos de su profunda belleza.

En educación los profesores deberíamos vivir sin los prejuicios de estigmatizar este tipo de preguntas. Un maestro me decía: "No hay preguntas tontas, sino tontos que no preguntan". Gran acierto con su frase y sigo su enseñanza hasta hoy, porque lo que veo es que frente a las preguntas obvias, por ser de un carácter simplista, deben ser omitidas, casi de forma automática. No estoy de acuerdo con la generalidad, porque estamos cometiendo dos serios errores que no debería ir con nuestra labor educativa.

El primer error que cometemos es fomentar el prejuicio, si estamos buscando el derecho de la igualdad frente a todos, deberíamos fomentar igualdad de acceso incluso a las preguntas que resultan tan "obvias", y que se dan por contestadas per se. Sigo postulando que si hay alguien en un grupo que hace una pregunta es porque hay algo del discurso articulado y de la actividad de clase que merece ser profundizado o corregido.

El segundo error que se da es un vicio profesional, no tomamos estas preguntas como un puente para profundizar e ir más allá de la obviedad de la pregunta en sí, ¿por qué no crear una situación de aprendizaje a partir de una duda? A veces me encuentro con alumnos que al escuchar a un compañero timorato haciendo una pregunta de este tipo le digo "¿qué le responderías?, porque a mí me ha dejado pensando su pregunta." 

Mi profesor de Sagrada Escritura siempre nos recordaba lo siguiente: "Todo párrafo responde a una pregunta", todo lo que se expresa como afirmación está dando respuesta a un cuestionamiento que ha surgido de una persona o de un grupo y que el texto está tratando de dar un sentido a lo que se ha vivido. Lo mismo yo traspaso a la práctica pedagógica: una pregunta formulada por un niño, joven o adulto tiene que provocar una respuesta que lleve a un sentido, quizá no a certezas, pero sí a una experiencia de búsqueda y de encuentro. 

También otro sabio maestro en Sagrada Escritura mencionaba que la palabra tiene una doble profundidad, por una parte lo que dice la palabra (el significado y sentido), y por otra parte, por quien dice tal palabra (el emisor). Nuevamente, en el mundo de la educación, si un niño, adolescente o adulto hace una pregunta, deberíamos como docente vigilar esta doble dimensión de la pregunta, ya que por muy dogmática que sea una respuesta, quizá no tendrá ningún sentido si no le damos un contexto y profundidad; además nosotros daremos una respuesta, que a la vez, tendrá esta doble profundidad, y que nuestros alumnos la tomarán por ambos sentidos.

Así que ojo con las preguntas que dicen nuestros estudiantes. ¿O es muy tonto lo que estoy diciendo?

De regalo


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