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Evaluación para la reflexión

Uno de los énfasis en la educación ha sido, y sigue siendo, la evaluación. En las definiciones clásicas se dice que la evaluación del aprendizaje es un proceso sistemático y permanente que comprende la búsqueda y obtención de información de diversas fuentes acerca de la calidad del desempeño, avance, rendimiento o logro del estudiante y de la calidad de los procesos empleados por el docente, la organización y análisis de la información a manera de diagnóstico, la determinación de su importancia y pertinencia de conformidad con los objetivos de formación que se esperan alcanzar; todo con el fin de tomar decisiones que orienten el aprendizaje y los esfuerzos de la gestión docente. En resumidas palabras, recolectar todos los antecedentes del desempeño del estudiante para determinar su avance en los aprendizajes, y así el docente pueda tomar decisiones.



De estos elementos que constituyen la definición de evaluación, hay uno que queda pendiente, y es el de la reflexión que hace el docente acerca de sus evaluaciones. Sé que me estoy entrometiendo en uno de los elementos más sensibles de los profesores, porque sé, y por propia experiencia, que es la parte en que más horas dedicamos: los instrumentos con los que realizamos la tarea de ver los avances nos han servido para descubrir y describir cuáles son los aprendizajes que mejor han asimilado nuestros estudiantes y, por otra parte, cuáles son los más débiles y que deben reforzar en la evaluación siguiente. Pero ¿han servido para que nosotros podamos aprender de nuestros propios métodos y modos de enseñanza?

Destaco que la evaluación también debería tender a ser reflexiva (entiéndase reflexivo como reflejo y la acción de descubrir y distinguir aquellas cosas que me va mostrando). Daniel Goleman tenía en su libro "La Inteligencia Emocional" un juego en que se mostraba que todos los seres humanos tenemos puntos ciegos -los que son conductores lo saben muy bien por experiencia- que, a pesar de tener toda una visión panorámica, hay ciertos puntos que se van y no vemos, ¡y eso que están a nuestro lado! Esa misma experiencia la aplico a la evaluación.

No puede ser posible que, en un mundo que es constantemente evaluado, y que el común de la gente va calificando siempre, no hagamos un ejercicio, sencillo, pero valiente, en que nuestros alumnos respondan a unas simples preguntas que nos hagan ver cómo es que hacemos nuestras clases. Les comento que es bien fuerte ver la apreciación que hacen ello, porque nos hace caer en la cuenta de que somos profesionales que necesitamos perfeccionarnos, siempre. No hay que preocuparse de pensar que existe subjetividad, porque el ejercicio de evaluar del alumno es guiado por el liderazgo del docente. Pensará que tienden a ser condescendientes, pero no lo es. Es más crítico el adolescente, pero también será honesto con ud. si ha demostrado preocupación y dedicación a lo que hace en el aula.

Aquí les presento una experiencia, que puede ser aplicada para que veamos cuál es la visión que tienen nuestros destinatarios en el aprendizaje. Recordemos que aprender no es sólo enseñar a aprender, sino que es un constante aprender a enseñar.

Espero sus comentarios, pues esto también es un proceso constante de aprender. Sólo me cabe la pregunta ¿para qué evalúas? Y, aparte de la calificación ¿de qué forma te ayuda la evaluación para realizar un mejor proceso de enseñanza?

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