Necesidad del silencio
Hoy el mundo está lleno de palabras, para todo caso y para todas las situaciones de la vida, nos llenamos de palabras para explicar, comprender, analizar y dar respuestas desde lo simple hasta lo más complejo.
Nos llenamos con palabras para justificarnos y justificar aquello que hacemos o dejamos de hacer, por las opciones tomadas y las que no. Poder usar la palabra es un derecho, tener una voz te hace alguien entre todos, se ha vuelto una necesidad el usarla como un instrumento, una herramienta de validación ante todo y ante todos. No deja de ser paradójico que, en el hecho de la comunicación, para ser escuchados se necesita que mi interlocutor esté en silencio, pues si no guarda silencio, mi mensaje, mi voz, mi palabra, no es captada, entendida e interpretada, por tanto la comunicación no fructificó. Hoy entre tantos mensajes, palabras que vuelan por un mundo cada vez más interconectado, hace falta volver a ganar algo que se ha perdido: el silencio.
En el silencio se desarrolla el crecimiento de la vida, en el silencio de la mente se gesta la iluminación; las epifanías requieren una mente que contempla en silencio, luego vendrán las palabras que harán de esa experiencia una narración: el nacimiento de un hijo, el encuentro con quien amas, la despedida de un ser querido. No son necesarias las palabras para llenar los vacíos, son necesarios los vacíos para luego comunicarnos.
El silencio de la cruz
En viernes Santo necesitamos del silencio contemplativo, del descubrimiento, del asombro y el estupor. Necesitamos del silencio de la cruz, de un hombre que guardó silencio para defenderse, pues en su silencio mostró que las palabras son contradictorias, que los discursos nos llevan a actuar de forma irracional. El acto de cargar con la cruz y de llevar una condena en silencio, por amor a los que lo rechazan, es la prueba más firme por la vida.
Hoy, quedémonos en silencio, tal como nuestros ancianos nos decían cuando niños, porque Jesús ha muerto. Porque ante la muerte, para el ser humano, no nos queda más que callar, contemplemos el fracasado que pende de ese madero, solo, humillado y abandonado. Porque sin ninguna palabra nos muestra que la humanidad entera es capaz de hacerle un daño inenarrable a uno de los suyos, él es uno de los muchos que ha sido abandonado en medio de las palabras que entre muchos se dicen, quedando aquellos segregados sin rostro, de manera anónima, en este mundo. Quedémonos en silencio, porque no hay justificación alguna a lo que hacemos.
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